El turismo, presentado a menudo como un motor de desarrollo económico y un puente entre culturas, es en realidad una de las mayores amenazas para el equilibrio social, económico y ambiental de muchos territorios. Lo que se vende como una industria de crecimiento y enriquecimiento colectivo, en la práctica se traduce en la explotación descontrolada de recursos, la degradación de la calidad de vida de los habitantes locales y la conversión de ciudades y paisajes en meros decorados para el consumo masivo.
En el ámbito social, el turismo genera una transformación radical de los espacios urbanos y rurales. Barrios que solían ser centros de convivencia se convierten en parques temáticos para visitantes, expulsando a sus pobladores a través de la subida desorbitada de los alquileres y la proliferación de alojamientos turísticos. Este fenómeno, conocido como gentrificación, despoja a las ciudades de su identidad y reduce a sus habitantes a simples figurantes en el espectáculo del turismo.
Desde un punto de vista económico, el turismo rara vez beneficia a la población local. Los grandes beneficios terminan en manos de corporaciones multinacionales, mientras que los trabajadores del sector sufren condiciones laborales precarias, contratos temporales y salarios bajos. Además, la dependencia económica de una sola industria hace a las regiones vulnerables ante crisis globales, como bien se evidenció durante la pandemia.
El impacto ambiental del turismo es devastador. Playas, montañas y espacios naturales sufren una sobreexplotación que altera ecosistemas y pone en riesgo la biodiversidad. El turismo de masas contribuye a la contaminación, la sobreproducción de residuos y el desperdicio de recursos esenciales como el agua, todo en nombre de una industria insostenible.
Ante esta realidad, es necesario replantear el modelo turístico y priorizar la sostenibilidad, la justicia social y el derecho de las comunidades a habitar y gestionar sus propios espacios. No podemos seguir permitiendo que el turismo devore territorios y vidas en su afán de lucro. La verdadera riqueza de un lugar no está en su capacidad de atraer visitantes, sino en la dignidad y el bienestar de quienes lo habitan.


